“Todos
los Cristianos de cualquier clase o condición estamos llamados a la plenitud de
la vida Cristiana y a la perfección del amor”. Esto significa que todos sin
excepción estamos llamados a servir al Señor con una vida santa. ¡Santidad!,
sin santidad queridos hablar de misión es inútil, e intentar hacer las misiones
es absurdo.
Es
necesario tomar conciencia que ser
Cristiano es ser Misionero y ser
misionero es ser enviado: “Nos envía Dios al mundo para algo, para una misión,
y esa misión es la construcción del mundo que tuvo en su mente nuestro Padre
Dios cuando decidió crearnos, logrando principalmente ser mejores cada uno,
construirnos cada día, parecernos cada vez más a Cristo”.
Ante
gran responsabilidad habría que preguntarse: ¿Soy consiente que mi ejemplo
comunica el mensaje Salvador de Jesucristo o lo destruye? ¿Me doy cuenta que si
los primeros cristianos, los primeros misioneros, no hubieran sido ejemplares
al vivir su fe, el mundo no se habría convertido?... y es que para cumplir la
misión a la que Dios no envía, es necesario salir de la propia comodidad, de la
propia flojera: Salir de uno mismo… Porque el trabajo más importante no es el
de la transformación del mundo, sino la de nosotros mismos, para ser cada vez
más parecidos a la imagen de Dios que el Creador a inscrito en nuestro ser.
Cada
uno debe dar testimonio de salir de su lugar y de sí mismo para hacer vida el mandato misionero de Cristo, que no es opción
voluntaria sino deber de todo cristiano: “Vayan
por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda la creación” Mc. 16, 15. No dice el Señor “Los que pueden y quieren” o “Vayan a los
lugares más cercanos” o “Anuncien sólo a unos cuantos”; al contrario, sus
palabras expresan el carácter
obligatorio de la misión para todo aquel que se considere Cristiano; un
verdadero Cristiano debe “Salir de su
tierra y anunciar el Evangelio”,
debe identificarse con el ejemplo de Cristo y enseñar con valentía su Doctrina,
como hicieron lo primeros Apóstoles que identificaron su vida con la de Cristo.
¡No tengáis miedo! –
nos exhortaba el Papa Juan Pablo II- “No tengáis miedo de salir a las calles y
a los lugares públicos, como los primeros Apóstoles que predicaban a Cristo y
la Buena Nueva de la Salvación en las plazas de la ciudades, de los pueblos y
de las aldeas”.
No
es tiempo de avergonzarse del Evangelio (Ro. 3, 16). Es tiempo de predicarlo
desde los terrados (Mt. 10, 27). Hoy más que nunca existe la urgencia del
anuncio misionero, la necesidad (como lo diría P. Enrique Mangana) de que los
días de nuestras vidas se conviertan en días para poner el grito en el Cielo,
es decir: Gritar a los cuatro vientos la misión, recordando como Jesús se
comunicaba con sus primeros Apóstoles, que fueron pescadores, quienes por su
profesión ejercida al aire libre muchas veces tuvieron que levantar la voz.
Adaptación de la homilía de
bienvenida del Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne, en el Encuentro Nacional Misionero 2003 realizado
en Chiclayo - Perú.
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