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sábado, 25 de agosto de 2012

LISTOS PARA LA GRAN MISIÓN PARTE II


II PARTE  ESPIRITUALIDAD MISIONERA

Si ser misionero no es cualquier cosa, sino que
exige un carisma propio, que se vuelve en un
servicio específico a la comunidad cristiana, nos
preguntamos: “¿Cuál tiene que ser su
espiritualidad, es decir, su manera propia de
alcanzar la santidad?” La Palabra de Dios nos
da la respuesta.


Capítulo 1

LA ENSEÑANZA DE JESÚS

No hay que confundir la Misión con el turismo (Lc
9,57), la actividad asistencial o la promoción humana
(Lc 9, 60-61). En realidad, la Misión tiene que ver
directamente con Jesús y su enseñanza.
Pues bien, ¿qué nos dice el Evangelio con relación
a la Misión? Veamos cómo Jesús fue preparando y
entrenando a los 12 apóstoles y los 72 discípulos (Mt
10, 1-42; Lc 10,1-12.16-24).

1.- Elegidos (Mt 10, 1.5; Lc 10, 1).
No todos son aptos para la Misión. Se trata de un
carisma especial, que se vuelve en un servicio específico
dentro de la Iglesia. Los pastores de la Iglesia tienen
que estar en el primer lugar. No se vale la praxis actual
de descargar exclusivamente sobre los laicos una
responsabilidad de tanta importancia.

2.- Enviados (Mt 10, 5; Lc 10, 1).
No basta la teoría. Se necesita la práctica,
empezando por lo más fácil (Mt 10, 6: ovejas
descarriadas) para estar listos cuando serán enviados
a predicar el Evangelio por todo el mundo (Mt 28,19;
Mc 16, 15). Es allí donde se miden las fuerzas y se
aclaran las intenciones. El soldado se ve en el campo
de batalla, no en el cuartel o el desfile.

3.- Instrucciones específicas (Mt,10, 5ss; Lc 10, 2ss).
Ser misionero no es lo mismo que ser acólito,
catequista o encargado de distribuir la comunión a los
enfermos. Es algo especial y por lo tanto precisa de
una mística especial y un entrenamiento especial.


4.- Corderos entre lobos (Mt10, 16; Lc 10, 3).
Se trata de una tarea difícil, en cuyo desempeño
podrá haber todo tipo de reacciones, con humillaciones,
rechazos y hasta verdaderas persecuciones (Mt 10,
14.17ss; Lc 10, 10ss). No se trata de un paseo o una
fiesta.
Hoy en día, pensemos en la presencia de los grupos
proselitistas y el espíritu mundano, que está permeando
todos los ambientes, hasta muchos ambientes
eclesiales. Pues bien, el misionero tiene que estar
preparado en todos los aspectos para enfrentar esta
realidad, siendo “sencillo como paloma y prudente
como serpiente” (Mt 10, 16), es decir, transparente en
sus intenciones y perspicaz para descubrir a tiempo
las trampas, las mañas y artimañas de los enemigos
de nuestra fe y no dejarse atrapar en sus redes.
En este sentido, no se valen la superficialidad, el
falso irenismo o el engaño, presentando la misión como
algo fácil y abierto para todos. Se oye decir:
- ¿Para qué calentarse tanto la cabeza? Es suficiente
hablar del amor de Dios, hacer el censo e invitar a
la gente a ir a misa.
- Y si nos atacan con el tema de las imágenes, el
bautismo de los niños, la trinidad y tantas otras
cosas más, ¿qué hacemos?
- No les hagan caso.
Es fácil decir: “No les hagan caso”. La experiencia
enseña que el misionero improvisado, sin una idea clara
acerca de lo que implica su papel y sin una preparación
específica al respecto, ante esta realidad, se confunde,
se enreda y se retira amargado. Y la misión naufraga.
¿Por qué, entonces, no hacer el esfuerzo por hacer
bien las cosas, a la luz de la Palabra de Dios y el ejemplo
de los primeros misioneros?


5.- Confianza en Dios.
No en el dinero (Mt 10, 9-10; Lc 10, 4), el propio
prestigio o las amistades. Cuando, con miras a llamar
la atención de la gente y ser escuchado, el misionero
siente la necesidad de repartir ropa o comida, entonces
las cosas empiezan a ponerse mal, poniendo en riesgo
el éxito de la misma misión al no tomar en cuenta las
precisas instrucciones del Maestro al respecto.

6.- Sinceridad y entrega.
El misionero va a lo que va, evitando cualquier
tipo de distracción. En este sentido tiene que ser vista
la recomendación de Jesús a no detenerse por el camino
para saludar o visitar a gente conocida (Lc 10, 4) o a
no buscar comodidades (Mt 10 11; Lc 10, 7-8).

7.- Poderes especiales.
Con la llegada de sus “enviados”, el mismo Cristo
se hace presente en su pueblo. Para los que aceptan
el mensaje, empieza una nueva etapa de su vida,
experimentando una paz que puede venir solamente
de Dios (Mt 10 12; Lc 10, 5-6) y siendo testigos de un
proceso de transformación total, que representa el sello
inconfundible de la intervención divina (Mt 10, 8; Lc
10, 9).
Pues bien, aquí está lo específico de nuestra
misión, como “enviados” de parte de Cristo: provocar
un cambio en el individuo y en la sociedad, sintiéndonos
portadores de un poder que viene de lo alto. Baste
recordar la experiencia de los primeras comunidades
cristianas: “No tengo ni oro ni plata; lo que tengo te lo
doy: en el nombre de Jesús, el Nazareno, camina” (Hech
3, 7).
¿Cómo la ves? ¿Muy difícil? En este caso, mejor
no te metas en este lío. En realidad, no se puedetrabajar en las cosas de Dios, usando criterios y medios
puramente humanos, como si se tratara de un asunto
cualquiera. Si el misionero trabaja en las cosas de Dios,
su éxito tiene que depender esencialmente en la
intervención de Dios en todo lo que haga.

8.- Nadie les podrá hacer daño (Lc 10, 19).
Ser misionero significa dar continuidad a la acción
de Cristo, que consiste en enfrentarse directamente a
Satanás (Lc 10, 18) para deshacer sus obras (1Jn 3,
8). Si el misionero está consciente de esto, nunca se
detendrá ante la oposición de Satanás y sus seguidores,
seguro de que, hagan lo que hagan, nunca lograrán
detener o estropear el plan de Dios.

9.- Sus nombres están escritos en los cielos (Lc 10, 20).
Es lo máximo que puede desear un discípulo de
Cristo. Asegurado esto, ¿qué más quieres para decidirte,
hoy mismo, a volverte en su misionero?



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